I
Las tardes tenían un sabor a lágrimas negras. Un sabor a boleros, es decir tenían un sabor a todas las tristezas del alma. Porque eso era así, el bolero al igual que el blues recogían las tristezas del mundo. Las recogían y les ponían melodía para que se fueran diluyendo en todas las paredes de la habitación.
Para mi recordarte era eso: escuchar lágrimas negras por días incontables. Llorar y llorar sobre el poema, llorar y llorar sobre los rincones de donde me habías mandado: el olvido. Y así eran los días: negros. Los días tristes, los días de blues, de bolero y tardes desparramadas por la ventana, tardes que iban muriéndose sin poder evitarlas.
II
Una tarde, la Dr. Wilson se quedó fija en la puerta y me observaba como se observa alguien que se está muriendo. Ella me veía como se ve a un enfermo terminal, pero no un enfermo terminal cualquiera, sino de esos que nadie jamás le ha puesto atención a su muerte, de esos que se van muriendo en los rincones de las habitaciones y se van quedando ahí, muditos, solitos, bebiéndose los atardeceres con sus miradas tristes. Es decir, de esos que se van muriendo de olvido.
El olvido es la tristeza que se convierte en sangre. El olvido es la angustia. Morir de olvido es quedarse ido con la mirada perdida. Es que el olvido es una enfermedad extraña, todos los mutantes la sufren. Se van quedando idos y empiezan a dejarse caer sobre las calles. A veces se dejan caer sobre los poemas. Por eso existió la poesía del olvido. A veces se dejan caer sobre las canciones tristes, esas canciones desoladas que se van destrozando sobre el aire, como diciéndole al mundo que todas las entrañas les duelen.
III
Yo seguía absorto, ensimismado viendo como por las ventanas salían mis lágrimas negras en busca de tu nombre. La Dra. Wilson se acercó y de pronto estaba sentada junto a mí. Sentada y con su mirada fija en el atardecer que se veía por la ventana, parecía que ella también se sentía triste. Se veía en su cara que sentía todo el dolor del mundo. Y sus ojos, que quedaban fijos al atardecer, se veía que reinventaba un ayer, o intentaba encontrar a alguien.
Siempre que yo escuchaba canciones se entristecían todos los que me rodeaban. Ahí supe que también la tristeza es una enfermedad muy contagiosa. La Dra. Wilson estaba enferma de tristeza, y de sus ojos empezaron a caer Lágrimas negras, caían por toda la habitación. Ese día supe que la Dra. Wilson también tenía triste el corazón.