Los susurros de la sangre

Los susurros de la sangre son jodidos. Uno camina por la vida sintiendo la voz como un latido, como un golpe que te dicta el dolor de todo.  Ese latido nos golpea fuerte. Es el susurro de la sangre, es la angustia. Vomitamos las palabra ante el vacío, el externo. Llenamos a todos de nuestra sangre, de nuestra voz cansada y los cansamos. Mutamos su otro yo hacia el cansancio. Por eso nosotros vamos por el mundo esperando que todos cambien y lanzamos sobre ellos nuestra sangre, nuestro susurro. Sin embargo, no es el otro el que cambia. Vomitar al otro, sangrar al otro es verter sobre él/ella nuestra angustia. Es decir, no son las fisuras del otro las que intentamos llenar de sangre, sino las nuestras.

Por eso, los mutantes no cambian. Los mutantes no escuchan la voz de la sangre, ni el latido. Los mutantes se habitan desde la nada, la soledad y el encierro de su propia voz. Por eso los mutantes llegarán a la ancianidad desde el vacío de su sangre sola. Llorarán al ritmo del blues y del café. Descansen.

Anatomic Skull. Detailed illustration of human skull. Grunge distress texture.

¿A dónde van los peces cuando mueren?

Para Elian y Goldi

I

Todos los corazones deben tener una forma de animal, dijo una voz de niño que no supe de dónde vino. En este lugar es normal escuchar voces perdidas -me dije- por eso no me acongojé. Sólo tuve frío, como el día que mataste al pájaro que tenía en el pecho.

II

Los niños aman a los peces que tienen un corazón diminuto, un corazón de gelatina- escribía en el cuaderno que me dejó la Dra. Wilson-. No, los niños amamos a los peces porque es nuestra forma de sumergirnos en el mar, volvió a decir el niño. Tenía agallas en las manos. Era el niño que me había hablado el otro día. Era el niño pez. El niño tocó con sus agallas mi pecho enfermo y los ritmos tristes de mi corazón fueron cambiando.

III

Yo recordé que tuve un hijo que amaba a los peces de colores. Los amaba como si fueran la última cosa que había en el mundo. Él me dijo una vez que yo tenía el corazón del tamaño de un pez, es más me dijo que yo era un hombre pez, que tenía un corazón en forma de gelatina. Que todos mis sentimientos se escurrían entre los dedos. Yo era el hombre pez para él. Era su mascota psicodélica. Por las tardes esperaba su risa atormentada en busca de mí. Me alimentaba constantemente con la canción de los peces muertos:  a dónde van los peces del mar, a dónde van los peces del río, a dónde van los peces cuando mueren, a dónde vas corazón mío.

IV

Encerrado en esta ciudad, seguí recordando que en casa tuvimos un pez de colores. Vos lo llamaste Goldi. Pero todos mueren, todos dicen adiós. Incluso las mascotas psicodélicas con las que soñamos, me dijiste, y comprendimos que un día Goldi moriría.  ¿a dónde van los peces cuando mueren, preguntaste? Se van para el cielo de los mutantes, contesté. Goldi murió y lo enterramos en el patio de casa. Lloraste como el niño que eras, como el niño de las agallas en las manos que curaba los ritmos tristes del corazón.

V

Sobre la tumba de Goldi sembramos un clavel. El clavel daba flores en formas de pececitos mutantes llenos de colores. El patio se inundó de peces psicodélicos, de flores psicodélicas. La nostalgia se hizo de colores. La casa empezó a oler a claveles psicodélicos, a ritmos marítimos cuando la tarde agonizaba. Ahí comprendiste, hijo, que la vida se restituía como los huesos de aquellos muertos de nuestra historia. Tus ojos tristes me dijeron: el día que tú mueras sembraré un árbol sobre la tumba para que puedas seguir dando poemitas psicodélicos desde la muerte. Callé. Y los ritmos tristes de mi sangre se fueron apagando…img_como_cuidar_a_un_pez_betta_19714_600

 

La Dra. Wilson tiene «Lágrimas Negras» en el corazón

I

Las tardes tenían un sabor a lágrimas negras. Un sabor a boleros, es decir  tenían un sabor a todas las tristezas del alma. Porque eso era así, el bolero al igual que el blues recogían las tristezas del mundo.  Las recogían y les ponían melodía para que se fueran diluyendo en todas las paredes de  la habitación.

Para  mi recordarte era eso: escuchar lágrimas negras por  días incontables. Llorar y llorar sobre el poema, llorar y llorar sobre los rincones  de donde me habías mandado: el olvido. Y así eran los días: negros. Los días tristes, los días de blues, de bolero y tardes desparramadas por la ventana, tardes que iban muriéndose sin poder evitarlas.

II

Una tarde, la Dr. Wilson  se quedó fija en la puerta y me observaba como se observa  alguien que se está muriendo. Ella me veía como se ve a un enfermo terminal, pero no un enfermo terminal cualquiera, sino de esos que nadie jamás le ha puesto atención a su  muerte, de esos que se van muriendo en los rincones de las habitaciones y se van quedando ahí, muditos, solitos, bebiéndose los atardeceres con sus miradas tristes. Es decir, de esos que se van muriendo de olvido.

El olvido es la tristeza que se convierte en sangre. El olvido es  la angustia. Morir de olvido es quedarse ido con la mirada perdida. Es que el olvido es una enfermedad extraña, todos los mutantes la sufren. Se van quedando idos y  empiezan a dejarse caer sobre las calles. A veces se dejan caer sobre los poemas. Por eso existió la poesía del olvido. A veces se dejan caer sobre las canciones tristes, esas canciones desoladas que se van destrozando sobre el aire, como diciéndole al  mundo que todas las entrañas les duelen.

III

Yo seguía absorto, ensimismado viendo como por las ventanas salían mis lágrimas negras en busca de tu nombre. La Dra. Wilson se acercó y de  pronto estaba sentada junto a mí. Sentada y con su mirada fija en el atardecer que se veía por la ventana, parecía que  ella también se sentía triste. Se veía en su cara que sentía todo el dolor del mundo. Y sus ojos, que quedaban fijos al atardecer, se veía que reinventaba un ayer, o intentaba encontrar a alguien.

 Siempre que yo escuchaba canciones se entristecían todos los que me rodeaban. Ahí supe que también la tristeza es una enfermedad muy contagiosa. La Dra. Wilson estaba enferma de tristeza, y de sus ojos empezaron a caer Lágrimas negras, caían por toda la habitación. Ese día supe que la Dra. Wilson también tenía triste el corazón.LOGO-LÁGRIMAS-NEGRAS.jpg

Las manos ahuecadas capturan un recuerdo…

I

Como todos los ritmos encuentro en el jazz la agonía de los caminos que se bifurcan, nos conducen hacia la nada. No hay nada entre nosotros, solo tiempo, solo espacio, solo eternidad. Ya no me ahogo esperándote. Ya no me ahogo esperando. Soy el ritmo y la nada. Soy un mutante con ritmo, soy un mutante con nada. Amo el jazz. Amo el blues. Amo la tristeza.

II

Esquivo todos los recuerdos que la memoria trae. Recordar es encontrarse de nuevo. Recordar es encontrarse en las entrañas todos los nombres que amé. Recordar es hablar con el hígado-repite el shaman desde el desierto-. Recordar es construir un laberinto de nombres. Un cementerio silábico que nos re-construye.

III

Recojo en mis manos las miradas que van al suelo. Las manos ahuecadas captura un recuerdo. Ya todo está bajo el ritmo del ayer. Todo es pasado. Todo es esperar a reencontrarte, inyectarme tus agonías como una droga. Sobre la pared, se estrella la sombra que no es tuya. ¿Dónde está la luz? ¿Dónde está la agonía? ¿Dónde está el deletreo de tu abecedario?

 

IV

Los ruidos de este lugar empiezan a tener sentido. Son las voces que se esfumaron. Son los te quieros que se aprisionaron en el viento. Me desintoxico de mi droga favorita. Hay un ritmo pérfido. Hay un vacío en todo esto. Hay una tristeza del tamaño de tu nombre. Mis manos huecas, sólo sostienen un lago inalcanzable. Adiós.

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Escultura en  Bandung, Indonesia

DOS CORAZONES PODRIDOS NO SE PUEDEN AMAR

Jamás entendí porque tanto odio contra mí -me dijiste, mientras sentías el golpe de mis palabras en tu cara. Si yo lo único que pude hacer es amarte, seguiste diciendo. Yo sólo sentí la cursilería de tus palabras recorrer por todo mi cuerpo. Lo cursi se concentra en la boca del estómago, y da asco. Vomité  por toda la sala y salían sapos negros de mi boca, o al menos eso veía yo. La palabra amor me daba asco como asco me daban todas sus derivaciones.

Te preocupaste y dijiste que me cuidarías, que me calmara, que tomara algo y que ya iba a pasar. Clavé mis ojos incrédulos en tus ojos y lo ignoraste. No entendiste que todo era tu culpa, que tus constantes cariños me daban asco, sobre todo porque en lo que veías cariño, yo veía miles de chantajes. Por eso me alejaba todos los días de tu lado y me perdía cada día en 33 gramos de Fam23. Me perdía en los delirios de la droga.

Todo va estar bien me dijiste, después que había despertado en tu sofá. El vómito me había debilitado y había dormido media hora. Apretaste tus manos junto a las mías y dijiste: te quiero. Los escalofríos volvieron, los vómitos, los golpes, la furia, el dolor, el chantaje, la ira y el puño. Salí corriendo por toda la calle y en la esquina empecé a escribir libertad.  Imploraba a gritos: ¡libertad!.  Lloré en cada  calle donde había dejado de ser yo.

Los delirios siguieron más fuertes. Te asustaste el día que desperté diciendo que era un mutante y tenía que inyectarme poesía en las venas. Que las calles tenían que ser de mil colores y cada una tenía el nombre de un corazón triste.  Solo me observabas con tristeza cuando empecé a cubrir la casa con papeles viejos, aún cuando te dije que el olor de la lignina nos protegía contra los espantos.  No creías y me veías con la lástima que se le ve a un niño que ha perdido todo, con el dolor que se le puede ver a un niño abandonado.

El día que te asustaste más fue cuando viste la casa llena de pájaros. Me preguntaste que qué haríamos con todos ellos, atraparles el canto te dije, que es como sacarles el corazón porque yo tengo un corazón muerto, porque tengo un pájaro muerto dentro del mío te seguí diciendo.  Saliste corriendo y lloraste, lloraste mucho y con dolor tomaste el teléfono y llamaste. Comprendí en tu mirada dónde es que habita la tristeza. Sabía que esa llamada era para que me encerraran. Y lo hiciste y aún sigo acá. Con eso comprendí que dos corazones podridos no se pueden amar. Yo sigo contemplando el canto de los pájaros.

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LOS DIAS TIENEN  UN OLOR RARO

I

Los días tienen un olor raro. Huelen como a tierra mojada de todos lo muertos que se van destiñendo como la nada. A veces  encuentro un hueso tirado en el piso. A veces tienen un color a piedra o nostalgia. A veces te encuentro a vos. Los lunes tienen ese olor extraño que se anida entre la piel y el hueso. Entre la tierra y el paso. Huelen a muerte.

II

Yo sigo las huellas. Busco y encuentro el cuerpo de una mujer sudada. Es ella, la nostalgia que se agrupa sobre la tierra. Está muerta. Hay distintas formas de matar-me digo- es el olvido me dice el viento. Vuelvo a ver y no hay nadie. Son los efectos de la FAM23 que se atoran en el aire. Las voces aparecen como cancioncitas mutantes que nadie entiende.

III

Sólo digo la nada y todo se aparece a la nada, que en melodía fónica suena a anda. Es como si la nada, el asombro y la ausencia nos hicieran caminar, avanzar. Es decir, reencontrarse con la muerte de todos los días. Con los besos que nos dimos y con la lástima que nos inventamos. Todos avanzamos hacia la muerte, hacia los colores  de las canciones que nos dedicamos, a las melodías que sostienen los huesos entre todos los poemas que nos rompimos. Estamos ante la nada y eso nos permite avanzar. Repito que todos avanzamos hacia la muerte. Hace días que vengo muriéndome. Soy un muerto. Un mutante con olor de muerto.

IV

Las heridas si no se curan huelen raro. Huelen a muerto o huelen a día triste. Huelen a canciones deshechas. En los días raros aparecen las heridas desangradas sedientas de pus. Aparecen los mutantes solitarios deletreando todo el dolor de los atardeceres. Yo tuve una herida que llevaba tu nombre. Yo tuve una herida que tenía el ritmo de tu pelo. Pero la cerré, la enterré donde se van todos lo muertos que nadie quiere. Dicen que es en el olvido, yo no lo sé. Yo tuve una herida que tenía tu nombre. Pero la cerré  para que todos aquellos poemas sedientos de pus se quedaran ahí, olvidados, solitos, llorando como un niño que ha perdido su juguete, llorando solitarios como los días que huelen raros, porque huelen a muerte. Ya no estoy. Yo no estoy. Sólo veo a lo lejos la neblina. La neblina que es la inspiración de la tierra, son los huesos que se van… ya no estás…

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La neblina es la inspiración de la tierra, son los huesos que se van

LAS TARDES CON OLOR A SANGRE

 I

Ha sido un día lluvioso. La lluvia tiene un sabor a tristeza. La ciudad es un río que se lleva todo.

II

A veces me dan ganas de escribirle: hola, ¿como está mi droga favorita? Cómo va la vida, cómo van los libros, la rutina, el baile y la sangre. Pero sé que me contestará que todo va bien. Que ella siempre va para adelante, que nada la detiene, mucho menos un mutante que está encerrado en el manicomio. Sin duda ella me dirá que no se detiene a preguntarse por las sonrisas perdidas, ni la tristeza, ni las agonías que matan a los días. Mucho menos se detiene a ver la lluvia caer porque le recuerda a mis estados de ánimo. Entonces borro todas mis preguntas, todas mis dudas y me inyecto una dosis de Fam23 para diluirme como un blues. Y me quedo hecho triste, contemplando las tardes con olor a tierra,  con olor  blues, me quedo ido, contemplando las tardes olor a sangre…

 

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Baño público

Yo quiero encontrar tu locura. Que escribas mi nombre con tu pintalabios, por todas las calles de la ciudad. Que ya no exista el sosiego y que por las noches llenes con tu llanto las fuentes de esta ciudad agónica. Yo quiero que llegues a la locura y que tu grito sea el que alborote a todos los pájaros…

CARTA PARA UNA MANZANA(IV)

La vida sigue doliendo a cada instante también duelen los días las casas solas las cenas solo el café solo el almuerzo solo extraño esos espaguetis con salsa de tomate y crema…

Recuerdo tus esfuerzos  tus maromas tus ganas de vencer los obstáculos siempre lo hacías para que yo me animara porque nos necesitábamos tanto

Aunque vos no quisieras hacer nada porque eras una persona cansada de la vida como yo siempre sacabas fuerzas de la nada y lo hacías siempre fuiste mi gran mutante nunca he conocido a nadie como vos

tu grandeza era suficiente

siempre te admiré tanto

siempre creí tanto en vos

Cuando salía  a caminar para intentar encontrarte en  otras mutantes en otras caras  les hablaba me equivocaba te confundía  y terminaba hablando solo porque sabia que en algún lado estabas

A veces discutía con vos me reía con vos sobre todo si salía a caminar  a veces moría a las 6 de la tarde rodeado por esos mares de mutantes que se parecían tanto a vos todas llevaban tu nombre también moría los domingos llenos de sonrisas niños mujeres parques pelotas y música tranquila a veces recuerdo todos tus ademanes incluso los que hacíamos cuando nos convertíamos en una sombra 

Te cuento que cada día que pasaba la gente creía más mi crueldad aunque a veces en las noches lloraba como un niño abrazado a la nada  y recordando tus manos diciéndome que todo iba a estar bien que fuéramos fuertes que saldríamos adelante que confiabas en mi  aunque  sabías que con mi poesía no llegaría a ningún lado sabias la mediocridad que me rodeaba

Recuerdo la vez que te dije que ya no creyeras en mi que era un fracasado vos me dijiste que era el tiempo en el que vivíamos que yo tenia grandes ideas grandes planes que confiabas en ellos

Aunque llevo  no sé cuantos días encerrados acá  quiero decirte que la poesía sin vos no existe a veces no tiene sentido  y estar acá duele

Desde que  dijiste adiós seguís siendo mi hermoso pretexto para detestar las navidades

 

LA TRISTEZA ERA COMO TENER UN ANIMAL EN EL CORAZÓN…

I

Yo no sabía que era hablar de la tristeza. Cuando estaba bajo los efectos de la Fam23,  yo sólo podía sentirme  multicolor o electropoético, pero después me dijeron que la poesía era una manera de acercarse al centro de la tristeza.  Pero no entendí. Mucha gente me dijo que la tristeza era como tener un animal en el corazón.

II

Un día conocí a una mujer inolvidable, de esas que se te meten en los huesos y en la sangre, te duelen pero también  te inyectan mil caballos de fuerza en la sangre. Yo me acerqué a ella y decidí llamarla Manzana.  Era extrañamente mutante: contemplaba el olor de las flores, se sorprendía ante los truenos y sobre todo, tenía el corazón lleno de blues. Eso era un electropoema.  Decidimos caminar juntos.

III

Las calles empezaron a convertirse en poemas alegres. La lluvia era de colores fluorescentes. Y los días se empezaron a vivir al ritmo de la música. Sonrisa mutante por acá, sonrisa mutante por allá. En verdad dicen los humanos que nos quisimos, pero  nos dejamos, porque los mutantes no pueden estar en un solo sitio. Aunque yo quise atarme a todos los días sobre sus manos.

IV

Yo me empecé a sentir un poco raro. Cuando ella se fue, empecé a sentir poemas tristes en el pecho. Empecé a sentir la necesidad de golpear al viento o de quemar todos los libros que llevaran su nombre. En verdad comprendí que la tristeza era tener un animal en el corazón.

V

Yo tengo un pájaro en el corazón; no está muerto, sólo dejó de volar…

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